Sudor, delirio, ausencia, suelo de cieno bajo mis pies,
fallido universo de palabras vagas y esquivas,
a la luz de una vela inagotable de aromas raros
se adivina el camino del asombro.
Al suave, casi imperceptible vaivén de una música tibia,
acecha el peso aplastante del tiempo, su herencia de arañazos
y besos.
Y retroceder miles de noches, observar perplejo rastros de uno mismo.
Puedo verlo ahora, entre fiebre y sed,
adoquines viejos, pesada lluvia, piel mojada del deseo,
un camino sinuoso e invisible, un cielo apuntalado de estrellas,
Lhasa susurrando, "Con toda palabra, con toda sonrisa,
con toda mirada, con toda caricia…”
Después, el vértigo de un amanecer a la deriva,
el armazón pulverizado de recuerdos baldíos, y la certeza inalcanzable
de la vida al otro lado del mar.