…La noche más larga se fue adentrando en mí con la precisión de un bisturí de cirujano, e irremediablemente, el latigazo de la memoria ahuyentó al fin todo el pesar, para transformarse en escenario de palabras. No esperaba la redención con ellas, ni tampoco un marasmo de certezas añadidas a lo que ya sabía. Tan sólo dejaría que se hiciesen dueñas de cada momento, entregado a la necesaria ocurrencia de que habría de amanecer…

viernes, 14 de octubre de 2011

Retrospección

Hubo un tiempo para escribir poemas, así los llamaba,
que ahogaban los síntomas de un amor rebelde
al que siguieron otros, tan etéreos como vanos.
Quizá sólo fueron palabras amontonadas en basto papel,
impronta de las vigilias a media luz, leves retazos vitales.
Escribía, por ejemplo, sobre el enigma de los pechos de Naiara,
que no me quiso ni un poco,
y del pelo negro de María Eugenia, que me abrió las puertas
del deseo para dejarme a tientas con su reflejo.
La mirada azulada y gris de Raquel, que llegó a ser canción,
aunque el tiempo no haya conservado de ella más que despedidas
en aeropuertos y bares.
La sensualidad de Gabriela, y su acento argentino taladrándome
en la penumbra del Marx Madera, mi refugio de esos días.
Las noches vertiginosas con Yolanda, en las que bebíamos vino barato,
amargo como los besos despiadados.
Sara y su insultante juventud, que despertaba toda mi ternura,
hasta que comprendí que su fragilidad era la mía.
Sí, me veo ahora, veinte años atrás, en cualquier vagón de metro,
tomando notas en una libreta que siempre llevaba conmigo,
palabras de eterno amor a desconocidas compañeras de viaje,
y tinta roja para el rencor de los adioses.
Al final, todo se resume en otros versos, incontestables
y mucho mejores que los míos,
que tomo prestados de los Epigramas de Ernesto Cardenal,
para definir el eterno idilio entre el olvido y la memoria:
“Tú pudiste inspirar mejor poesía”.

viernes, 7 de octubre de 2011

Diatriba de las horas

Me he dado cuenta de que vivo en esos días difíciles 
en los que nada espero de afuera,
si acaso la destrucción masiva que me salve,
condenando al olvido mi nombre y su memoria.
Ya no habito este cuerpo que se esconde en un sofá 
cada turbia mañana,
en el mejor de los casos lector ocioso y empedernido,
otras veces sombra agazapada e inerme, hacedor de sueños
de vértigo, mientras partículas de polvo trascurren a la deriva
del tiempo, casi compañeras en el silencio perfecto de las horas.
Sí, ya estoy fuera de aquí, proyecté mis deseos en la inexistencia
y comprendo el valor de la moneda que cobraba Caronte
a las almas que cruzaban el Estigia, camino de la aflicción:
siempre fue mejor saber que esperar, la certeza de la flecha
a la incertidumbre del veneno lento.
Ahora guío en sueños a mis asesinos hacia nuestra muerte,
y el bufón dormido ya no quiere ser tu rey.