…La noche más larga se fue adentrando en mí con la precisión de un bisturí de cirujano, e irremediablemente, el latigazo de la memoria ahuyentó al fin todo el pesar, para transformarse en escenario de palabras. No esperaba la redención con ellas, ni tampoco un marasmo de certezas añadidas a lo que ya sabía. Tan sólo dejaría que se hiciesen dueñas de cada momento, entregado a la necesaria ocurrencia de que habría de amanecer…

domingo, 18 de noviembre de 2012

Dilema de tu nombre


Me aprendí tu cuerpo de memoria, mientras dormías,
horas lentas para conservar tu imagen, aquí un ombligo,
allá unos hombros, una cicatriz, ese lunar.
Nocturno y alevoso recorrí  tu piel, describí trayectorias
en tu vientre y un camino de regreso,
por si el amanecer traía la lluvia.
Ahora observo este lado derecho de la cama,
tan vacío y desolado,
inédito como el arma sustraída del escenario de un crimen.
Y si no fuera por la persistencia del deseo,
se diría que nunca estuviste aquí.
Te has convertido en la lentitud de las nubes,
me conmueve recordar la ternura de tu abrazo
y tus sentidos sucumbiendo al mar de caricias de mi boca.
Ese es el dilema que acompaña a tu nombre,
no se puede amar tanto un pasado entre las sombras
y aguardar recompensa por el tiempo estoico de la espera.
Un fantasma de humedad recorre este archipiélago de dudas,
y el otoño avanza hacia la nostalgia definitiva.





miércoles, 14 de noviembre de 2012

Rastros


Hay un teléfono que no sonará esta tarde,

y yo no puedo apartarme de él.

Hay un silencio póstumo, una niebla triste,

unos ojos cansados de no verte.

Hay un secreto a voces que me consume,

unas manos heridas, una ciudad muerta

y el lastre de las horas en que no estás.

Hay sombras que invitan a gloriosas disensiones

con paredes blancas. Hay resaca de recuerdos

y delirio intruso de un tiempo de estallido y final.

Hay un nombre tatuado en mis labios,

una piel no amada lo suficiente,

estrépito de una risa descompuesta y fértil.

Hay certeras palabras de deseo sepultadas

en la memoria de un ordenador.

Esta soledad a degüello, este inventario

con sabor a deserción es lo que dejaste,

mujer olvidadiza y desprendida,

y el lamento de viva voz que no se apaga.

Rastros que me cercan en cualquier rincón,

condenándome al asedio y a las cicatrices.

lunes, 5 de noviembre de 2012

El hombre quieto


Él te esperaba en la avenida que cruza con tu calle,

con su mejor traje y la sonrisa de caimán domesticado.

El cielo gris del norte y el otoño anunciaban un tiempo de lluvia,

y las caprichosas nubes deshacían los minutos, convirtiéndolos

en horas. Te esperaba, pero nunca supiste de su celo y su templanza.

Ni siquiera al marchar llegaste a ver esa figura quieta

por el retrovisor de tu coche, y él imaginó, para no sentirse solo,

que ibas a buscarle con la prisa de los jueves.

El tiempo siguió pasando, llovió, y el hombre permaneció allí,

de pie, frente a un jardín sin flores, atenazado por causa del amor

y de tu olvido. Cuando supo al fin que no volverías a mirarle,

decidió acomodarse en la alquimia del recuerdo para conjurar

la lluvia y el deseo, y a espaldas de la noche recorrió el camino

de vuelta a casa.