Hay un
teléfono que no sonará esta tarde,
y yo no
puedo apartarme de él.
Hay un
silencio póstumo, una niebla triste,
unos
ojos cansados de no verte.
Hay un
secreto a voces que me consume,
unas
manos heridas, una ciudad muerta
y el
lastre de las horas en que no estás.
Hay
sombras que invitan a gloriosas disensiones
con
paredes blancas. Hay resaca de recuerdos
y
delirio intruso de un tiempo de estallido y final.
Hay un
nombre tatuado en mis labios,
una
piel no amada lo suficiente,
estrépito
de una risa descompuesta y fértil.
Hay
certeras palabras de deseo sepultadas
en la
memoria de un ordenador.
Esta
soledad a degüello, este inventario
con
sabor a deserción es lo que dejaste,
mujer
olvidadiza y desprendida,
y el
lamento de viva voz que no se apaga.
Rastros
que me cercan en cualquier rincón,
condenándome
al asedio y a las cicatrices.
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