demasiado tiempo, en los juegos malabares con mis zapatillas,
como cuando era un niño, o pasar de un amanecer a tientas
al armagedón amarillo de una bombilla,
cuando todavía afuera es noche, y los únicos sonidos
son los que querrías ignorar, toses de fumador,
pasos errantes, el ding de un microondas, el agua que baja
de una cisterna.
A veces una radio destripando tristezas en el mundo.
Y la ceguera.
No hay despertar amable, ni palabras sencillas que lo justifiquen.
Después, las horas se van adhiriendo a la piel,
y piensas en recuperar el sentido,
hacer lo que no hiciste por miedo o cansancio,
tal vez una huida.
Pero el reloj vuelve a imponer su sentencia,
es más de medianoche. Otra vez.
“Mañana, será mañana”, alcanzas a murmurar,
mientras el dilema de dualidad frente a unidad
te envuelve de sopor,
y las sombras lo son todo.
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