sin sueño, me convierto a la fe ciega
de los que son felices en secreto,
posados labios en las comisuras
de la perfección.
Deberías ser un icono publicitario,
cien mil
almas que nos salven o el amor
de los cuentos,
para que no dejes de mirarme y
me recuerdes
temblando ante la gravedad de
tus caderas,
y nunca tenga que escribir
que te tuve
en ninguna forma pretérita o
imperfecta.
Petrificar entonces tu sonrisa,
y ser sólo tuyo
hasta los ochenta años, edad en
que suelen
morir los poetas que gastaron su
fuerza
en la búsqueda de la palabra absoluta,
cuando las cosas eran más
sencillas, tan fácil como decir,
una mujer siempre regresa y yo
la espero en su puerta,
y toda la verdad del mundo se
resume en la curvatura
de su espalda a merced de mi
abrazo.