A veces, sitiado
en la rutina y el desorden
de la distancia,
inesperadamente revive el ímpetu
de tu
beso en un malecón, cocina o garaje,
o me veo
arrinconado contra la pared
por tu
cuerpo desatado, y comprendo
que la
vida sobreviene cuando nada esperas,
y hasta
el filo de un papel puede provocar la herida
más
profunda, un disparo a quemarropa en la
sien
de los
amantes, y de vuelta a la madrugada
que me
deja sin sueños.
Di las
palabras que me salvan, anuncia tu llegada
con ruido
de tacones y miradas encendidas,
sé el
boceto de mis dedos fértiles en una
penumbra
perfecta.
Todas las
razones caben en una sola:
nunca el
invierno dejó tanto calor al amparo
de manos
sobre piel, o la oscuridad fue
una excusa
perfecta para habitar el deseo
en tu
boca.
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