tus hombros desnudos
asidos a mis manos.
La lluvia hacía su trabajo,
reteniéndote.
Pero en tu silencio
supe que ya no volverías.
Y el tacto se volvió zozobra.
Lo malo de las despedidas
es el sabor a nada de los besos.
Las razones de la ausencia
se fraguan lentamente,
en inventario de palabras
no dichas.
Y hay un rastro de poros abiertos
que reclama ser religión desde
tu cuerpo,
ese enigma no resuelto de la adicción
a la piel.
No hay comentarios:
Publicar un comentario