Duermen los niños. Sus ilusiones vencidas por el sueño frágil,
a la espera de un amanecer envuelto en celofán y deseos.
Mi hijo duerme también, en algún lugar tras el mar,
su corazón pequeño, agitado y poderoso.
La soledad se siente más turbia a miles de kilómetros de ti,
guerrero indómito de tu propia fábula.
No hay espacio que no llene este silencio en que no estás,
ni espera que lo apacigüe.
Corre, vuela, mestizo de alma transparente,
abraza la tierra fértil que un día germinó en ti.
Niño de viento y luz, dos mundos te contemplan
y creces a la vera de ambos, sorbiendo a tragos la vida
que te espera.
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