Despido a estas paredes que retuvieron mi
corazón cansado
y vuelvo al mar, en la cresta del tiempo
sereno que está por venir.
Entre cajas de cartón, libros apilados y
restos de tu ausencia
la lluvia ha venido a sorprenderme,
imprevista como un adiós definitivo,
necesaria en la exactitud de una mirada al
infinito.
Se quedan los fantasmas, algunos fueron
amable compañía
y tienen mi promesa del recuerdo permanente.
Otros, en cambio, vagarán por contornos
silenciosos hasta diluirse
en su propia presunción de eternidad.
Sólo ahora tienen sentido las grietas que
contemplo,
ellas sostienen nuestras propias fisuras y es
preciso abrir
las ventanas, saludar a la noche y dejar que
el salitre cicatrice
heridas de la piel, para que nunca haya deriva tras mi puerta
y las baldosas no retengan el rastro de
pisadas que no vuelven.
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