Apagaste la luz y quedamos en atisbos de deseo.
La cremallera de tu vestido fue un dulce y breve dilema
en mis manos. Descubrí entonces tejidos y piel
que sólo existían en mi imaginación.
La imagen reflejada en el espejo también me abarcaba
a mí, sobrevolando tus senos en silencio. Era real.
Te volviste y tu cuerpo me pareció una extensión
al tacto del perfume más exótico. No dijimos nada,
nuestros ojos se buscaron hasta dar con los labios.
Y te amé con el resto de mi vida, dejando atrás
despiadadas ruinas de un trayecto de dolor.
Después, en la exhausta intemperie del desnudo,
la noche se transformó en vigilia y seda.
Apagaste la luz y cerré una puerta contigo dentro
que nunca volvería a abrir.
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