Otra vez me he sentado al borde de la cama,
sin sueño,
deshabitándote en las horas y es de bronce tu
imagen,
conservada en la retina del tiempo incomprensible.
Te diría que hubiese querido mirar la luna
contigo,
su lado más oculto, y besar cada peca de tu
cuerpo,
descubrir constelaciones en la piel. Así es
mi debilidad
con los adioses, aunque no sea otoño ni vivas
dentro
de las canciones que te nombran, y las
sábanas
no guardaran el sudor de nuestros cuerpos anudados,
tan libres a los instintos y exultantes de desvelo.
No comprendo esta libertad nueva
que me lleva a digerir tu ausencia a duras penas,
hasta que me aferro a tus muslos imaginarios
y vuelvo a estar en ti, dentro de ti,
cual asaltante de sueños que se cuela en tu
vida
y muere por besar los labios que ha sellado
para siempre,
en pacto de silencio.
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