del tiempo, cuando coges mis
manos y las dejas en el centro
de tu piel, posadas y tibias
como un deseo alargado
en hondas madrugadas sin tu
cuerpo.
Entonces mis palabras se hacen
pequeñas y la voz
única es el bramido del mar de
tu niñez,
un instante de vértigo y ya
puedo mirarte fijamente
sin sentir extraño el áspero
zarpazo del amor.
Te has convertido en mi
trinchera, desapercibida
la luz se fue apagando y
permanecimos quietos
sin ser despedida. La luna
cambió de perfil
y seguías a mi lado. Ahora no
podré irme nunca.
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